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Los standards de vestimenta son inconsistentes.
Por ejemplo, una bikini es aceptada e incluso alabada en una playa, pero prohibida en otra parte, en una tienda, por ejemplo. Incluso en una playa, una bikini cara se considera aceptable, mientras que la ropa interior no, aunque cubre la misma superficie o incluso más.
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Los requerimientos de vestimenta son arbitrarios y se basan en el sexo de manera irracional.
Hasta 1920 por ejemplo, los tobillos y las pantorrillas femeninas se consideraban eróticas en la cultura occidental, aunque los hombres vestían pantalones cortos. Los japoneses consideraban erótica la parte trasera del cuello de la mujer, y en la actualidad, las culturas de Oriente Medio ocultan el rostro de la mujer. Durante la Guerra del Golfo en 1991, al personal femenino de la armada de los Estados Unidos, se le prohibió el uso de remeras que dejaban sus brazos al descubierto, porque esto podía ofender a los aliados de Arabia Saudita. Las mujeres, pero no los hombres, fueron forzadas a usar ropa que cubriera totalmente sus brazos, en el sofocante calor del desierto.
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Actualmente en nuestra cultura, los senos femeninos se ven como eróticos y no exhibibles, aunque son anatómicamente iguales a los de los hombres, excepto por la capacidad lactatoria, y no son más órgano sexual que los de este.
Expertos médicos observan que los pechos masculinos tienen las mismas capacidades eróticas que los de las mujeres. Otros estudios sugieren además que la mujer es tan atraída sexualmente por un hombre con el torso descubierto, como este es atraído por una mujer.
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La naturaleza arbitraria de los requerimientos de vestimenta se evidencia en los distintos standards de las distintas culturas.
Por ejemplo, una revisión de 190 sociedades en 1951 encontró que, al contrario de los standards de nuestra propia cultura, relativamente pocas consideraban impúdica la exposición de los senos femeninos. Julian Robinson observa: «Pocos grupos culturales coinciden en que partes del cuerpo deben cubrirse y cuales pueden mostrarse abiertamente… Por cierto, mucha gente piensa que es difícil de comprender la lógica subyacente en cualquier otra forma de vestimenta y adorno que difiera de la que el viste actualmente, encontrándolas antinaturales e incluso incivilizadas. El considerar la exposición u observación de aquellas partes del cuerpo que generalmente se mantienen cubiertas horroriza y disgusta tanto que hasta piden a sus legisladores que los protejan de esta posibilidad.»
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La naturaleza arbitraria de los requerimientos de vestimenta es reflejada por la historia. Incluso en la misma cultura, los tabúes acerca de que partes del cuerpo pueden o no mostrarse han cambiado radicalmente a través del tiempo.
Por ejemplo, antes de la enmienda de los estatutos en 1930 en los Estados Unidos, los hombres eran arrestados por nadar sin remera. Muchas de las pinturas y esculturas hoy consideradas clásicas, por ejemplo el Juicio Final de Miguel Angel, fueron consideradas obscenas en su época. El tabú del cuerpo alcanza su máxima expresión a mediados del siglo XIX en Inglaterra y Estados Unidos, cuando se consideraba impropia la mención de casi cualquier detalle del cuerpo humano en compañía mixta. Howard Warren escribe: «A una mujer le estaba permitido tener cabeza y pies, pero entre el cuello y las pantorrillas, solo estaba permitido mencionar el corazón y el estómago. La exposición de las pantorrillas, incluso con medias, era considerado impúdico.» Por otro lado, a principios del siglo XIX, la vestimenta femenina de moda en Francia era tan escasa que un vestido completo incluyendo los zapatos no alcanzaba a pesar más de 250 gramos. Lois M. Gurel escribe: «Es preciso recordar que la ropa en si no es ni moral ni inmoral. Es la ruptura de las tradiciones lo que la hace inmoral.»
El grado en que podían exhibirse los pechos femeninos ha variado en forma importante en el transcurso de la historia, en la cultura occidental. En ciertas épocas, los escotes femeninos se han hundido tan profundamente que los senos estaban más expuestos que cubiertos. La historiadora Aileen Ribeiro hace notar que a principios del siglo XV, «Los vestidos femeninos se hicieron cada vez más ajustados sobre el busto. Algunos tenían frentes abiertos, incluso mostrando los pezones.» Los senos se dejaron de mostrar durante todo el siglo XVII y aparecieron en escena nuevamente en el siglo XVIII, especialmente en la corte del rey Carlos II de Inglaterra. Irónicamente, en este mismo periodo, una mujer respetable nunca debía ser vista en público con la punta de sus hombros al descubierto.
Los requerimientos de vestimenta aceptados son arbitrarios e inconsistentes