Los derechos de todos los españoles son iguales, independientemente de sus ideas. Ninguno puede imponer su forma de ver la vida a los demás: el que tiene problemas con la normal desnudez no puede pretender solucionarlos obligando a los demás a vestirse, y el que ha descubierto que el bañador no sirve para lo que su nombre indica tampoco puede obligar a los demás a no usarlo. A ambos nos protege la ley y ninguno puede imponer su visión al otro.
«Mi libertad acaba donde empieza la tuya», yo no te obligo a desnudarte, tú no me obligas a vestirme. Mi libertad no empieza ni sigue en tu vestuario o en tu cuerpo, nadie puede limitar tu libertad de salir a la calle con el rostro descubierto porque a alguien no le guste tu cara. Tu libertad termina donde empieza la de los demás, por eso lo de que se vistan (o no) pertenece a su libertad y no a la tuya.
Lo curioso de esto es que todo el mundo siempre dice que es por los demás.
· El marido: a mí no me ofende pero a mi esposa…
· La esposa: a mí no me ofende pero los niños…
· Los niños: ja ja ja está desnudo.