Raffaella Carrà

A comienzos de los noventa había un programa de televisión presentado por Raffaella Carrà, con invitados famosos, actuaciones musicales, entretenimiento y tal. En la reunión en torno a la cantante italiana se organizaba un juego que consistía en adivinar un personaje a partir de las pistas que iban proporcionando las respuestas que quien conocía la solución daba a las preguntas de los demás. Todas las cuestiones debían comenzar por «¿y si fuera…?». Si ese personaje fuera cualquier cosa (un país, una profesión, una canción, una verdura…), qué tipo de cosa sería. Hacerse preguntas nunca está de más, y bueno, era un pasatiempo inocuo para la noche de los viernes…

 

Rosencrant y Guildenstern

Por otro lado (un lado muy lejano, intentaré establecer una relación que acorte la distancia), en 1966 Tom Stoppard estrenó una excelente obra de teatro, «Rosencrantz y Guildenstern han muerto», el fruto de una brillantísima idea: colocar a los personajes secundarios (en este caso en concreto más, o sea menos, que secundarios, pues ambos están solo un poquito por encima del soldado que porta la alabarda o el criado que acerca una vela) en el papel de protagonistas. Quienes sufren la historia disponiendo de mínimos márgenes de actuación, los sujetos sometidos (una aparente redundancia que no lo es, por el doble sentido de uno de los términos) a los vaivenes de fuerzas sobre las que no tienen capacidad de intervenir, los personajes accesorios en quienes se encarnan los resultados de las acciones de los personajes principales… se hacen preguntas sobre su destino.

En el «Hamlet» de Shakespeare las intrigas palaciegas en la corte del rey de Dinamarca tienen como testigos a un par de amigos, Rosencrantz y Guildenstern, llamados al castillo de Elsinor por el nuevo rey Claudio, recién casado con Gertrudis, la madre de Hamlet. Ambos intervienen en algunas escenas de la obra, son personajes que no tienen mucho que decir, un vehículo para el desarrollo de la peripecia dramática: finalmente son víctimas de esas intrigas en las que se han visto envueltos, y mueren sin saber por qué… La genialidad de Stoppard consiste en dar corporeidad a esos personajes, presentarlos en sus miedos, su incomprensión de lo que está pasando, mostrarlos aburridos intentando entretenerse en los tiempos muertos entre las escenas de la obra original -con la que continuamente interactúan, entrando y saliendo de ella-, y sí, haciéndose preguntas. El flagrante spoiler del título (algo parecido a las películas bíblicas que pasan por la tele en Semana Santa, que ya sabes en qué acaban…) no resta ningún interés. «Rosencrantz y Guildenstern han muerto» está literalmente en el texto de la tragedia shakespeariana, cuando un embajador en la última escena trae esta noticia a la corte danesa, pero eso, en la última escena, con lo cual entre tanto cadáver reciente el final de los dos desventurados al llegar a Inglaterra portando una carta que Hamlet ha cambiado para que suponga la muerte de ellos y no la suya pasa casi desapercibido. En la obra que retoma la misma historia trescientos y pico años después nos enteramos de los últimos días de estas víctimas atrapadas por las circunstancias.

Rosencrant y Guildenstern   Guildenstern es el perspicaz del dúo, desde el comienzo de la obra se nos presenta como capaz de asombrarse e ir más allá del asombro, de intentar desentrañar los mecanismos que han provocado los fenómenos que le impresionan. Tiene un alma filosófica, quiere saber; Rosencrantz es muy buena gente y quiere mucho a su colega pero no es de cuestionarse a fondo las cosas. Un poco medusa, 95% agua y sin cerebro… Ambos reclaman ser alguien, una identidad propia. Ser actores de su propia aventura vital, algo que todos deseamos. Pero entonces Guildenstern, analizando la situación actual en Elsinor, el embrollo en que están metidos y no saben cómo resolver, elucubrando sobre el comportamiento de los reyes, por qué los han hecho llamar, qué se espera de ellos, qué deben hacer, la forma más conveniente de actuar en su propio beneficio… entonces, tachan tachan, se hace la gran pregunta:

– Guildenstern: ¿Y si fuera que nuestra espontaneidad formara parte de su orden?

A mi juicio, una pasada de pregunta. Una cuestión radical, porque va a la raíz de muchos aspectos de nuestras vidas. Las comparaciones suelen ser ociosas, pero en este caso parece pertinente colocar esta meditación al lado de la otra, celebérrima, de Hamlet, ser o no ser y eso. Esta última es una interrogación íntima, personal, algo que cualquiera puede plantearse acerca de su propia vida, sopesando el temor de su muerte; Guildenstern formula la otra pregunta, pública, política, en qué medida los demás condicionan mi vida, qué fuerzas operan para que finalmente yo haga o no haga determinadas cosas, cosas precisamente determinadas por instancias que me sobrepasan.

Sabemos (Foucault, Deleuze) que los mecanismos de opresión suelen no notarse, y de eso depende su funcionalidad, los efectos reales que producen. Cuando la opresión es grosera por evidente algo en el ser humano salta y dice no. Efectivamente donde hay poder hay resistencia, pero lógicamente esta es menor, se desactiva, cuando no vemos el poder claramente. Las dictaduras suelen caer -o disfrazarse de democracias- porque resultan muy onerosas, al final se necesita un montón de fuerzas coercitivas para controlar a los descontentos, que lo son precisamente por la obviedad muchas veces trágica de lo que está pasando. En cambio si eres capaz de convencer a los ciudadanos de que son libres y toman sus propias decisiones tal vez sea más fácil lograr que libremente decidan hacer lo que a ti te viene bien.

Ejemplos de esta forma sutil que tiene el poder de actuar sin manifestarse los hay en lo micro y en lo macro. Soy yo quien decide coger del estante del supermercado un producto, pagarlo y consumirlo. ¿Soy yo realmente?; ¿es una decisión soberana mía? Pero entonces la publicidad evidente, la subliminal, el carrito preparado para que se vaya escorando hacia las estanterías y así no ir por en medio del pasillo hacia los únicos productos que me interesan, la colocación estratégica a determinada altura de ese objeto que quieren que compre, la temperatura y la música ambiente que están interviniendo en mi estado de ánimo… ¿todo eso es despreciable, no tiene ninguna importancia en mi libre decisión final? Si me amenazaran físicamente para comprar un no sé qué me pondría de muy mal humor y diría que no (¡qué se cree usted que soy, yo tomo mis propias decisiones!), con este sistema compro el no sé qué alegremente. Elijo un producto, mi espontaneidad forma parte de un orden, el sistema económico mundial, las previsiones de crecimiento y expansión del supermercado en cuestión. Al igual que Rosencrantz, tengo un escaso margen de maniobra, los reyes han previsto mi reacción y me han dado solo la libertad justa para que actúe conforme a sus designios.

Aterrador, ¿verdad? Y más. En la macropolítica también hay de esto. El cuento de los pueblos que deciden su destino, que se dan a sí mismos la libertad, que eligen en qué modelo de sociedad quieren vivir… Ejem… Eso, un cuento. Actual, propio de la historia inmediata, constante quizás a lo largo de los milenios. Cuando en 1982 en España diez millones de votantes optaron libremente por el Partido Socialista Obrero Español, llevándolo al gobierno, a lo peor esto no fue una sorpresa para las fuerzas que llevaban años trabajando para que tal cosa sucediera. La CIA y otros intereses extranjeros, la Transición diseñada mucho antes de la muerte de Franco, el contexto de la Guerra Fría que hace necesario neutralizar al Partido Comunista y por eso se potencia a jóvenes políticos que se hacen con las siglas del PSOE histórico y lo desmarxifican antes de llegar al poder, múltiples iniciativas culturales, literarias y periodísticas sufragadas de un modo u otro por Estados Unidos que van condicionando eso que se llama la opinión pública… Al final diez millones de espontaneidades no sorprenden al orden que las ha generado. Es solo un caso, en estos tiempos de globalización, control social y postverdad tendríamos ejemplos pa aburrir. Si nos creemos libres somos más manejables, así de sencillo. Lo mismo que Guildenstern, al menos podemos hacernos las preguntas adecuadas y empezar a ser conscientes de lo que hay que cambiar.

¿Y bien?, ¿a qué demonios viene todo esto publicado en el blog de la Federación Española de Naturismo? A ver cómo llegamos ahora desde la gran Raffaella Carrà y su explotaexplotameexpló a lo nuestro del Nudismo y sus problemas, pasando por el mal olor que hay en Dinamarca, donde nuestros amigos se las apañan como pueden (o, según hemos visto, como les dejan).

El Nudismo y sus márgenes de actuación. ¿Y si fuera que nuestra espontaneidad nudista formara parte del orden nudófobo? Nuestra espontaneidad consiste en acudir sin pensarlo a los enclaves de tradición nudista. Lo hacemos sin duda en nuestro propio beneficio, buscando y encontrando comodidad y seguridad, estar rodeados de gente de nuestro rollo, que comparten este aspecto de nuestro estilo de vida y no lo van a juzgar negativamente. Nos ahorramos el exponernos a ser cuando menos observados, posiblemente percibidos como rareza, desorden psíquico o peligro moral, a ser burlados, fotografiados, tal vez increpados o amenazados, finalmente expulsados por una norma que impone el lugar para el margen: «para estar desnudos ya tienen sus propios sitios». Nuestro día de playa echado a perder, y lo peor es que seguramente no hemos ganado ni un poco de terreno… Y es que nuestra especificidad para mucha gente resulta tan problemática que no la pueden soportar. Sin embargo toda esa gente debería tener que aguantarse o en todo caso recoger sus toallas e irse, habida cuenta de que el Nudismo es legal en España y todas las playas son aptas para el uso nudista… Pero no es así.

¿Y si fuera que tener un derecho imposible de ejercer en la práctica se pareciera muchísimo y fuera casi lo mismo que no tenerlo? Los mecanismos de control social informal (no las leyes que me prohíben tal o cual cosa, simplemente el qué dirán de los vecinos que me condiciona hasta el punto de no hacer algo que deseo) no requieren ningún trámite administrativo, están más allá de las normas escritas y consensuadas por las instancias pertinentes. La vergüenza que me da a dar que todos me miren, las pocas ganas de líos que tengo, que estoy de vacaciones y voy a la playa a relajarme… Finalmente no solemos estar desnudos en tres mil playas y calas que la textilidad ha hecho suyas de un modo excluyente. Pasándose la ley por el forro del bañador. Ganando, finalmente: el orden nudófobo se mantiene.

¿Tenemos entonces que renunciar de vez en cuando a la comodidad, organizar con nuestros amigos visitas a playas textiles, para que se nos vea, para ganar espacios?, ¿es una buena idea esta estrategia en aras de la visibilización y normalización de la desnudez social? Para determinar qué grado de bondad tenga esa idea creo que debemos analizarla en términos tácticos, qué podemos ganar y qué nos arriesgamos a perder. La coyuntura jurídica actual no nos es favorable. La potestad que los Ayuntamientos tienen en España para regular e incluso prohibir el Nudismo en sus términos municipales es algo que debemos tener en cuenta. Es previsible que las quejas de bañistas nudófobos lleven a acciones antinudistas y otros pueblos se sumen a la lista de las localidades en donde los nudistas hemos sido ilegalizados. Lo mismo no estamos en condiciones de atravesar ese río -conquistar tres mil playas- y deberíamos centrarnos en mantenernos a este lado, que ya va a ser muy complicado defender cuatrocientas y pico playas de tradición nudista. Porque… (ahora viene otro «y si fuera», sí).

¿Y si fuera que en España los nudistas tenemos los mismos derechos que los textiles… precisamente porque no los ejercemos?, ¿qué pasaría si lo hiciéramos? La mixtificación de todas las playas, algo viable legal y jurídicamente, es inexistente en la realidad, la nudofobia social la impide. Intentos de forzar esta situación, imponiendo el uso nudista como hecho consumado, ¿acaso no entrañarían el peligro de la ilegalización directa? La tolerancia es otra forma del poder. Se tolera lo que no causa problemas ni supone una amenaza. El Imperio Romano toleraba que tribus germanas, desorganizadas y sin grandes ambiciones, hicieran algún estrago de vez en cuando más acá de la frontera. Eran cosquillas al dinosaurio, de hecho esos guerreros podían ser convertidos en mercenarios fácilmente, neutralizados y asimilados. Pero Roma no podía dejar de actuar con contundencia en el caso de los cartagineses o el Imperio Parto, tenía que eliminarlos porque eran peligros reales para su propia supervivencia. Ni tolerancia ni hostias. Bueno, hostias sí, precisamente… La tolerancia nudófoba hacia los nudistas consiste en mantenernos agrupados y alejados, que no se nos vea mucho… Somos libres para estar en bolas en todas partes pero no lo hacemos, si lo hiciéramos es muy posible que nos quitaran esa libertad. Que lo hagamos puede ser de hecho la excusa que los antinudistas están esperando para legislar en nuestro perjuicio.

Reducidos pues a las playas de tradición nudista -ni tan mal- hete aquí que en los últimos años un fenómeno sociológico nos perjudica grandemente. El uso textil masivo, el aumento de gente que no está interesada en el Nudismo y que con su sola presencia en bañador genera unos efectos (cada vez menos nudistas en las calas en donde la invasión textil aumenta verano tras verano) que se traducen finalmente en la pérdida de espacios de libertad para nosotros. La tradición nudista no garantiza la continuidad del uso nudista. En muchas playas se puede hablar de esa tradición en pasado, como ya periclitada, cuando en agosto hay un grupito de seis personas desnudas al fondo, casi invisibles entre tanta gente vestida. Entonces… (la última, va).

¿Y si fuera que actualmente el mayor problema del Nudismo en España consistiera en ese uso masivo de los enclaves de tradición nudista por parte de no nudistas, la invasión textil y sus efectos? Un derecho a la desnudez en los espacios públicos que no es en absoluto fácil de ejercer (la nudofobia siempre activa), un riesgo constante de perder ese derecho (legislaciones antinudistas), un retroceso comprobable cada verano cuando volvemos a playas cuya identidad ha desaparecido o está seriamente amenazada (la invasión textil), una mixtificación que solo se da en las playas de tradición nudista y que en ocasiones acaba en irreversible textilización (uniformización de todas las playas según un único modelo)… Esa es nuestra realidad. Diversos frentes, en algunos nos va mejor que en otros. Todo lo que tiene que ver con el aspecto legal del Nudismo, sobre el papel, parece en general controlado y a nuestro favor. Una situación muy permisiva, por más que, como hemos visto, luego eso no se traduzca en que se vean nudistas por todas partes en las que podrían estar sin sanción; muchas Ordenanzas antinudistas detenidas, si no dadas la vuelta al menos controladas en sus desafueros ilegalizadores; iniciativas legislativas en Comunidades Autónomas, resoluciones favorables del Defensor del Pueblo… todo un arsenal arduamente conseguido con el trabajo del asociacionismo nudista, un amparo absolutamente necesario para seguir manteniendo nuestros derechos. Pero una munición mojada en el agua de las playas de tradición nudista atestadas de gente vestida, en donde todo eso no está funcionando en absoluto. Es en esos campos de actuación donde la reacción pronudista apenas se ve. Iniciativas individualistas desorganizadas, en tonos y formas absolutamente contraproducentes. Contadísimos proyectos bien elaborados, que realmente organizan a los nudistas en la defensa de la identidad de tantas playas a punto de perderla. Y nada más. ¿Qué falta aquí? Falta que este problema sea considerado en su magnitud, tomado en serio como la amenaza real que es, no ya para la expansión sino para la propia supervivencia del Nudismo en España. El Nudismo es una ideología que requiere unos espacios. Se es nudista siempre, incluso cuando se está vestido y en soledad. Pero la expresión del estilo de vida nudista, su materialización en la realidad, es el desnudo social, en entornos que, por la nudofobia dominante, deben garantizar unas condiciones de comodidad y seguridad. Si esos entornos no existen el Nudismo declina. Una playa de tradición nudista con un uso nudista del 10% en verano es un espacio necesario perdido. Por mucho que se trabaje en la expansión y se consiga que más gente se interese por el Nudismo y quiera probarlo, ¿dónde lo van a hacer, cuántos nudistas novatos se van a desnudar rodeados de gente vestida? El ambiente propicio a la desnudez es absolutamente imprescindible; si ese ambiente no existe los bañadores aumentan. Es un fenómeno que se alimenta a sí mismo, hasta el punto de que no es que los novatos no se lo quiten, es que los nudistas veteranos se lo ponen…

Necesitamos otras ideas. Las leyes no sirven para esto. La invasión textil es un fenómeno sociológico, requiere un abordaje distinto. Ni siquiera tiene que ver con la nudofobia: es lógico pensar que los textiles que acuden a una playa de tradición nudista no tienen ningún problema ni nada en contra de la desnudez ajena. Simplemente, por la razón que sea, el Nudismo no les interesa. Entonces ni siquiera la cartelería adecuada funciona. Señalizar correctamente es una estrategia imprescindible, fundamental, pero de alcance al parecer muy limitado. Miles de textiles pasan cada verano por delante de carteles que claman NUDISTA y eso en muchísimos casos no les anima ni les incita a hacer un uso de esos entornos en sintonía con la tradición que los carteles marcan. Es necesario encontrar otras formas de interpelación a los textiles, desde los medios de comunicación a la relación directa en las playas, con el mensaje adecuado, los materiales más funcionales y el tono conveniente.

Algunas Asociaciones Naturistas trabajan en este sentido. Muy pocas. Falta una reacción más enérgica por parte de los colectivos organizados que tienen las infraestructuras necesarias para liderar acciones, proponiéndolas para que luego los nudistas más implicados las muevan a pie de playa. Tiene que ser un trabajo conjunto, de los ideólogos y de los veraneantes nudistas que llevan tiempo quejándose de que cada año que pasa su playa habitual se parece menos a lo que fue. La queja es un potencial para la solución. Esta solución depende de lo conscientes que seamos del problema. La invasión textil y sus efectos antinudistas (un fenómeno que no te prohibe ser nudista, pero te quita el espacio que necesitas para serlo…) debería a mi juicio ser ya el tema central a tratar en las Asociaciones y colectivos nudistas, tendría que ser el gran debate actual. La pérdida acelerada de lugares de tradición nudista no está siendo abordada convenientemente. El Nudismo gana algunos pocos espacios de pago -spas, hoteles- mientras pierde muchos públicos y gratuitos, las playas otrora nudistas y ahora claramente textilizadas. La lista de cuatrocientas y pico playas de tradición nudista está por revisar, un trabajo de campo exhaustivo el próximo verano demostraría que no son tantas, lo fueron, ahora la lista se acorta. Algo que no parece alarmar en exceso a algunas Asociaciones Naturistas, más ocupadas en conseguir un rato de uso nudista de vez en cuando en alguna empresa privada, en lugares cerrados sin ninguna repercusión ni implantación social, que en la salvaguarda de los espacios públicos que generaciones anteriores de nudistas consiguieron para nosotros, para todo el mundo que quiera incorporar a su existencia el estilo de vida nudista, entornos conquistados desde el ocio pero que son, en lo político, márgenes de libertad que ahora estamos dejando menguar sin mucha reacción por nuestra parte… La reflexión crítica y autocrítica, viendo qué está mal y cómo podemos mejorarlo, debería preceder a las acciones pronudistas organizadas.

A tantas cuestiones encadenadas sobre nuestra (¿lamentable, alarmante, soy un exagerao…?) situación solo he intentado apuntar las múltiples aristas de las posibles respuestas. No tengo la solución, solo un interés personal y unas ganas como miembro de un colectivo de que estos valores nuestros vayan para adelante en la sociedad, a la cual le harían mucho bien. Como un Rosencrantz, solo quiero estar en pelotas sin meterme con nadie. Como un Guildenstern, le doy vueltas al asunto porque veo que mi humilde ambición de tomar el sol desnudo se complica cada vez más. Como un Hamlet, tengo dudas sobre cuál sea la mejor opción para que el Nudismo, tan inocentemente subversivo, triunfe y la libertad prevalezca. Dejo mis preguntas aquí con la esperanza de que lo demás no sea silencio…

La Carrà, Hamlet y alguna que otra preguntita

2 pensamientos en “La Carrà, Hamlet y alguna que otra preguntita

  • 4 abril, 2020 a las 11:06 am
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    Pues si, hay que seguir trabajando para que el nudismo siga viviendo con salud.
    Hay que poner de moda el nudismo, aunque los modistos y modistas no les haga mucha gracia.

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  • 28 julio, 2020 a las 7:27 pm
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    El mejor texto tratando de forma realista el problema que nos encontramos los nudistas/naturistas en este país . Solo te faltaba dar soluciones 🙂

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