UN HOMBRE DESNUDO EN UNA PLAYA.
DIÓGENES EL CÍNICO EN EL RACÓ DEL CONILL.

Por Ludo Vicus.
Yo estaba en el mirador que hay sobre el Racó del Conill, tal vez un poco aterido porque, recién llegado, la luz de esta tierra me deslumbraba por las  mañanas con tanta fuerza, tan poco habitual para mí este sol en otoño, que salía de casa sin sudadera ni nada. Lo vi venir por la carretera con unas bolsas de basura llenas de latas y envases vacíos, me mosqueó que hurgara en la papelera y ya para cuando acabó de organizar su tarea yo ya había solucionado mis sospechas, diagnosticando. Este hombre no debe de estar bien. Solo después, a medida que lo fui conociendo, he llegado a comprender las similitudes entre el Diógenes que paradójicamente le ha dado nombre a un considerado trastorno mental (él, que fue en realidad uno de los hombres más lúcidos de su tiempo, tal vez de todos los tiempos) y este paisano del que en esa escena del mirador yo aún no sabía nada.

Antonio, Racó del Conill

           En esa época mi interés estaba en la playa. Iba todos los días, atravesando la montaña. Era invierno y había poca gente, yo investigaba y descubría rincones a la vez que iba entablando trato con personas que me llevaban ventaja en la fascinación por el lugar, raconitas de pro. En muchos casos recuerdo la situación exacta, cuándo hablé por primera vez con alguien, en qué tertulia en la playa conocí a tal o cual… Lo que no sé es cuándo tuve conciencia de que el señor del mirador era el que se ocupaba de limpiar las dos calas y todo su entorno. Debí de quedarme tranquilo al entender que en realidad estaba muy bien de la cabeza. No me lo presentaron. No sé quién me dijo su nombre. Antonio parecía tan imbricado con el Racó, un elemento imprescindible del paisaje, que encontrártelo en cualquier recoveco de la playa, en los bancales, en los senderos, siempre haciendo algo de provecho antes de sentarse a merendar, formaba parte del hecho de ir a ese paraje. Como si preguntar «¿vas mañana al Racó?» pudiera ser fácilmente lo mismo que «¿vas a ir a ver a Antonio?».
           Antonio, que en estos años en los que le conozco ha ido teniendo la misma edad que mi abuelo cuando yo era chaval. Me lo recuerda en la parsimonia de ir haciendo las cosas, ese ritmo que te exaspera en la etapa de la vida en que te parece que todo debería suceder más rápido. Un ritmo que le va bien al Racó del Conill, esa atmósfera fuera del tiempo. El Racó y Antonio parecen acompasados, en el modo en que recoge la cuerda atada a la piedra para que el viento no se lleve la sombrilla mientras las olas van y vienen y el sol se va, volverá mañana… Será la edad, que ya le ha dado 82 vueltas a ese sol que lleva en la piel… Pero más allá de que los años ralenticen los ademanes, parece que ese es el tono propio de Antonio, un aliento vital que de un modo callado, casi sin que nos demos cuenta, ha levantado una enorme obra en este paraje recóndito y aislado, un lugar con el que no te encuentras, que tienes que ir a buscar. Y vas a este rincón minúsculo y descubres a Antonio, un tío grande. ¿Cuándo comenzó todo?
           En septiembre de 1972 Antonio era albañil y en su empresa se corrió la voz de que iban a construir 350 bungalows en torno a una playa que había entre Benidorm y La Vila Joiosa. De modo que un fin de semana fue a echar un vistazo. Hacía tiempo que vivía en Benidorm, adonde llegó desde el pueblo de Córdoba en el que ya andaba en bolas por los campos y se bañaba desnudo en los pilones de agua. Llegar al Racó y despelotarse debió de ser todo uno. De aquel proyecto urbanístico solo queda la anécdota, el sobresalto que sentimos si nos imaginamos aquel desastre. De la visita de Antonio a la playa ha quedado una historia de amor que sigue viva. Volvió un par de años después, y luego más de seguido. Desde los años ochenta comenzó a hacer cosas en la playa, y cuando se jubiló ya su dedicación al cuidado de las dos calas y sus alrededores ha sido prácticamente cotidiana. Antonio ha literalmente creado la playa. Enormes moles de piedra en medio de la cala larga estorbaban a los bañistas. La más grande le llevó casi dos años. Calentar la piedra quemando posidonias secas, ir desmontándola en trozos manejables para amontonarlos al fondo. Arquitecto, gracias a él tenemos un trozo más de playa. Pero todo el mundo sabe que lo arduo de la creación es su mantenimiento. El mar incansablemente va dejando capas de posidonia en la orilla. De un modo igualmente incansable hay que barrer esos restos, secarlos, recogerlos con cuidado de no llevarse piedras y arena de la playa. El incivismo, otro mar que no se acaba, va dejando continuamente colillas, basura y lamentables ejemplos de desprecio por los demás que Antonio recoge, limpiando la playa, arreglando el mundo, enseñándonos el camino…
            Porque mi lectura del personaje es que lo de Antonio es una escuela. Silenciosa, queda, para oídos atentos, para ojos dispuestos a ser deslumbrados. Si Michel Onfray tiene razón cuando dice que lo que Diógenes hacía en las calles de Atenas era una suerte de performances (lo de buscar al hombre de Platón con un candil encendido a mediodía en medio del ágora llena de gente), Antonio y su labor constante son un espectáculo. Didáctico, educativo, para sentar a los niños en la toalla y decirles que se fijen en ese hombre que no tiene tiempo de hacerse mayor porque tiene mucho que hacer. Si se me acepta la tesis, porque tiene mucho que enseñar.
            Antonio tiene una visión global, de modo que los detalles son importantes. El detalle puede ser la anilla de una lata de cerveza. Aprovechable, con eso se hacen bolsos. Y con los tapones de plástico se ayuda a gente que necesita dinero porque está enferma. Y el cristal puede volver a utilizarse, hay que llevarlo al contenedor adecuado, al otro lado de la montaña. Antonio se ocupa. ¿Rebuscar en las papeleras, síntoma de locura? Crear para tirar para volver a crear después de haber desechado algo mínimamente usado… Si Diógenes encontraba lo suficiente para la dignidad del hombre en el cuenco de las manos, que bastaban a un niño para beber de una fuente, tal vez debamos buscar en el fondo de las papeleras un poco de cordura en este mundo que definitivamente anda fuera de sus cabales. Sentémonos en la toalla y miremos a Antonio moverse por la playa.
           Desnudo, claro. Todo el año. Antonio, el Racó, el Nudismo. La tríada que completa la imagen. ¿Conocerá algo Antonio de la historia de nuestro colectivo, habrá leído sobre los orígenes del movimiento naturista a comienzos del siglo XX, sabrá qué significa FKK? No lo creo. «El Nudismo es lo más natural». Esto me lo ha dicho a mí, que me siento a su lado y le doy la lata con preguntas porque quiero que sus respuestas salgan de la playa, como obviedad que no necesita documentarse en ningún libro. ¿Y todo lo demás? Antonio parece extraer de sí mismo cosas que otros necesitamos que nos expliquen. Seguro que desconoce la definición de «Naturismo» que la Federación Naturista Internacional fijó en la misma época en que él comenzaba a andar en bolas por el Racó. Lo del respeto a uno mismo, a los demás y al medio ambiente. «Respeto» es a mi juicio un término en la actualidad inoperante, absolutamente devaluado por la inflacción de su uso, algo que parece que quiere decirlo todo cuando en realidad no dice nada. Tanta gente muy diferente lo utiliza en contextos tan diversos que ahora mismo es pura palabrería. Habría que inventar otra palabra para lo que la gente como Antonio hace con su propia vida, actuando en el cosmos, dando forma a diversos caos para beneficio de muchos otros seres. Pero la cuestión sería si la labor de Antonio es independiente de su identidad nudista, si sería concebible un Antonio rastrillo en mano en bañador. Inimaginable. Antonio parece un todo, como si quitarle una parte destruyese la imagen completa. Lo mismo que el Racó del Conill no se concibe sin Antonio no podemos explicarnos a este hombre sino desnudo y a su obra sino fruto de una concepción general de varios valores propios del Naturismo.
            En los dos últimos años en el Racó del Conill estamos metidos en una lucha en defensa de su tradición nudista, gravemente amenazada. Esta movilización implica actuar en diversos frentes y estar en comunicación con otros compañeros que se ocupan de defender la identidad nudista de otros enclaves o trabajan la expansión del Nudismo desde otros niveles. PROYECTO RACÓ DEL CONILL NUDISTA está consiguiendo que el Racó del Conill suene en medios nudistas, y estamos alcanzando logros que pueden servir de estímulo para que otros nudistas preocupados por la situación actual de nuestro estilo de vida se organicen en otros lugares. Nuestro proyecto ha creado una controversia en la playa, en donde interpelamos a los no nudistas y mediante carteles y folletos exponemos nuestras quejas y propuestas. En este contexto para nosotros la figura de Antonio está en un nivel por encima de estas polémicas. Lo mantenemos informado de lo que hacemos, sabemos que no hay nadie que represente en la vivencia cotidiana los valores del Nudismo mejor que él, y aceptamos de buen grado que la enseñanza y los beneficios de la obra de Antonio en el Racó son para todos, porque a todos nos pueden venir bien, para beneficio de la sociedad entera. Esa obra está ahí, a la vista de cualquiera que se pase por las calas y se admire de su belleza aumentada por la mano de un hombre que está en el imaginario de todos los raconitas unido de un modo inextricable con los recuerdos de nuestra playa.
             Hegel decía que de ningún modo debíamos considerar como filósofos a los cínicos, Diógenes y sus amigos, porque no habían dejado obras, de ellos sólo conocemos anécdotas, las escenas que cuenta Diógenes Laercio, seguramente apócrifas pero que explican a esos pensadores. Hegel se equivocaba, sabemos que Diógenes el Cínico escribió muchos textos, si no han llegado hasta nosotros es porque la Historia de las ideas es la de una selección que prima unas concepciones del mundo en detrimento de otras. Que los copistas medievales dedicaran tanto tiempo a Platón y nada a Diógenes explica en gran medida muchos aspectos de la sociedad en que vivimos. Hay pues obras que se pierden, visiones del mundo, enseñanzas que no sobreviven a sus creadores.
             El homenaje que los raconitas vamos a organizar este verano para honrar, poner en valor y agasajar a Antonio y su obra de tantos años en el Racó del Conill pretende conseguir que la enseñanza de nuestro Diógenes perdure. Cuando hace meses comenzamos a plantearnos este evento sabíamos que las ganas de participar de un modo u otro en él estaban aseguradas: los raconitas responderían a esta iniciativa. Pero ahora mismo estamos ya fuera de la playa, el personaje ha desbordado las fronteras de su territorio, muchos nudistas están interesados en ayudar a que el trabajo de uno de los nuestros sea reconocido adecuadamente. Asistir al acto, publicitarlo o contribuir económicamente son formas de colaborar a que consigamos que la obra de Antonio atraviese el tiempo. Es posible realizar una aportación de dinero en una página que hemos habilitado, la campaña ANTONIO SE LO MERECE. El plan es hacerle unos regalos personales, celebrar una merienda en el Racó y, lo más importante, inaugurar una instalación que quede durante muchos años en el entorno de la playa. Que dentro de mucho tiempo alguien que llegue a este lugar se pregunte quién fue, qué hizo este hombre para que fuera tan estimado. Que esa instalación sea el resultado de una suscripción popular, aportaciones mínimas de mucha gente que está de acuerdo con nosotros en que es conveniente para todos premiar la excelencia de unos pocos es, a mi juicio, la parte más bonita de nuestra iniciativa. ¿Qué le regalaríamos a Diógenes, que se conformaba con tan poco porque no necesitaba casi nada más que la vida, la inteligencia y el mundo? La lista de regalos para Antonio nos va a provocar algunos quebraderos de cabeza, me temo… Lo que está claro es que una instalación que hable de Antonio en el Racó, concebida para el futuro y sufragada entre muchos es un regalo que le haremos al orbe, en esta época en que lo que sucede en el más apartado rincón se propaga por todas partes. Nuestro rincón, un cofre, se precia de poseer una joya que vamos a enseñar y compartir, los raconitas somos presumidos y generosos…
             No recuerdo quién me dijo cómo se llamaba. Empezamos a saludarnos. Un día, tiempo después, cuando yo ya tenía claro qué tipo de hombre era Antonio, me llamó por mi nombre. De eso sí me acuerdo, porque me sentí honrado.
Un hombre desnudo en una playa
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